Tiempo...todos los necesitamos.
A veces, daríamos lo que fuera para detenerlo, otras para que pasara rápido.
El tiempo hace que crezcan las uñas, el pelo, pero también hace que éste se caiga.
Tiempo para amar, tiempo para olvidar. Para crecer, para aprender, para desaprender...tiempo, que se nos escapa de las manos como arena entre los dedos. Por eso, no olvidemos que el tiempo es oro, para aprovecharlo como el mayor tesoro que tenemos.
Ester Barnils me acaba de mandar este bello retrato sobre el tiempo. Un reloj de madera como este, o como otro cualquiera, que marca el compás de nuestra vida.
Gracias Ester por escribir esta bella metáfora sobre los latidos de nuestro corazón que se asemeja al segundero de los relojes.
Que lo disfrutéis!
ARA
EL RELOJ
El paso del
tiempo obliga a que los objetos cambien
al igual que las personas.
Tenemos una vida muy larga, llena de anécdotas, desengaños, alegrías,
tristeza, despedidas de seres queridos, éxitos, fracasos…, todo va dejando su huella, se refleja en nuestro rostro, en nuestra
salud y en nuestro corazón.
Esta es la
historia de un reloj que nació siendo precioso,
perfecto, en resumen una obra de arte.
Una mañana el
carpintero más humilde del barrio recibió el encargo de hacer una caja de madera
para un relojero. Nunca había hecho un trabajo así, pero su amor a la madera
era tal que lo aceptó sin más.
Lo primero que
hizo fue buscar en su pequeño almacén una pieza de madera adecuada. No quería
que ningún nudo le impidiera dar forma a sus ideas. Puso todo patas arriba
hasta que por fin halló lo que estaba buscando. Era perfecta, lisa y pura, su color adecuado, muy parecido a las almendras
ligeramente tostadas.
Su cliente más o
menos le dijo como tenía que ser la caja donde luego instalaría un reloj. Sólo necesitó hacer un simple dibujo en un
papel para usarlo de guía durante el tiempo de fabricación. Estuvo unos días
encerrado en su taller trabajando en el proyecto. Cortó la madera en diferentes
tamaños, lijó todas las piezas, redondeo cantos, pegó con cola y finalmente le
dio una capa de barniz oscuro para darle un aire más elegante.
El carpintero
estaba contento con el resultado final. Había invertido muchas horas para
cumplir el plazo acordado. Pero además, como siempre hacía en todos sus trabajos,
había puesto mucho amor, así que era normal que se sintiese orgulloso.
El relojero fue a
recoger su caja de madera y se quedó muy sorprendido. Nunca había visto nada
parecido. En realidad no era lo que él se esperaba pero no podía apartar los
ojos de esa caja de madera, y marchó de la carpintería muy agradecido por el
esfuerzo del humilde carpintero en complacerlo.
Al día siguiente
el relojero colocó todas las piezas de la maquinaria del reloj en su sitio
dejándolo a punto para ser expuesto en el escaparate.
Estaba tan
orgulloso de su reloj que pensó que debería ir a manos de alguien que pudiese
apreciar su valor artístico.
Fueron muchas las
personas que se fijaron en él, incluso entraron en la tienda para preguntar su
precio, pero el relojero ponía difícil la venta, se resistía a vender el reloj
a cualquiera. Hasta que una mañana, una
muchacha se paró en frente del escaparate a admirar esa obra de arte. Ahora sí
que lo tenía claro, el relojero supo que ella era la persona afortunada a quien
vendería su reloj. Cuando llegó el momento
de desprenderse de su reloj supo que la muchacha era amante de las obras
de arte y tenía una incipiente colección.
Mientras lo
envolvía con papel de seda blanco sintió una punzada en el estómago. Al verlo
salir por la puerta en manos de aquella muchacha, la punzada desapareció y sólo
quedó una especie de vacío. Entonces entendió que aquel reloj tenía alma,
seguramente se llevó la suya.
¡Qué felicidad!,
se dijo el reloj, ¡por fin seré observado por aquellos que admiren mi belleza y
podrán disfrutar de la perfección y precisión de mi maquinaria! Así fueron
pasando los días y pasando los años, él en un lugar preferente de una sala
principal. Pero un buen día se dio cuenta que ya no era admirado como al
principio y otros objetos le tapaban la visión, ya no tenía un lugar
preferente.
En su afán de
responsabilidad y perfección no se dio cuenta de que su alma se estaba
oxidando, hasta que un día dejó de funcionar. Así es como volvió de nuevo a la
relojería, destrozado por dentro y sin dar ningún tipo de señal, ni un tic tac.
El relojero
limpió cuidadosamente toda la maquinaria, incluso cambió un par de piezas. Pero
nunca volvió a ser el mismo. Había sufrido mucho y ahora se esforzaba en hacer pasar las horas.
Él había puesto
todo su empeño para poder ser admirado, para poder ser querido, pero hasta
ahora poco había conseguido. Mejor estaría con el relojero que para él era como
un padre.
Ya no volvió a
salir al escaparate, su lugar seria en una estantería justo detrás del
mostrador.
Así pasó un
tiempo, hasta que una tarde entro en la tienda una joven. Quizás fue el reflejo
de la luz que se posó en tu brillante madera, pero sus ojos ya no pudieron
apartarse de ti. La joven rápido preguntó tu valor, pero el relojero le dijo
que no estabas en venta porque funcionabas lentamente y tenías poca fuerza. La
joven dijo que no le importaba, le habías gustado mucho y también dijo que
nunca había visto un reloj con forma de corazón.
La joven había
dicho las palabras mágicas para que el relojero cambiase de parecer. Lo vendió
por un precio simbólico, a cambió le pidió que te cuidase mucho. Le dijo que
con la otra propietaria no habías tenido las suficientes atenciones, hasta que
un día tu alma o maquinaria se estropeó.
Le dijo, cuida de
este reloj en forma de corazón como si fuese el tuyo propio y verás que las horas que están por
venir, estarán llenas de amor. Milagrosamente a partir de ese día el reloj
volvió a funcionar con normalidad.
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