viernes, 13 de diciembre de 2013

RELATO: LA SOMBRA DEL SOL



Belén Acién, ha escrito este relato lleno de poesía y autenticidad, me comenta que ella no sabe escribir...Después de leerlo te das cuenta que no hace falta ser escritora para escribir con el corazón y con coherencia, y plasmar en un papel la belleza de las palabras.
Su relato es bello, te invita a la reflexión, a que te mires por dentro, a que avances aunque el camino sea duro. A quererte, a aceptarte y poner atención en tus luces y sombras. A aceptar que tenemos polaridades y que de ellas aprendemos si las miramos a la cara sin miedo.
Y así poder encontrar el equilibrio, como ella dice, para estar en paz.
BIENVENIDOS AL DESPERTAR!!!
Gracias Belén!.
Y por favor, sigue escribiendo!. Lo haces de maravilla!




LA SOMBRA DEL SOL

Pequeño epicentro de un mar de soledad, sin saberse comprendida de las muchas carencias emocionales acumuladas a lo largo de tanto tiempo, tantos años, toda su vida. Ávida de conocer sentimientos nunca antes encontrados pero necesarios para hallar la “felicidad femenina” que la embarcaría hacia su máxima plenitud.
Apesadumbrada por la opresión que sentía en el pecho al rememorar lo vivido, sin poder evitar el bolo de amargo sabor que la corroía desde la garganta. Era una sensación demasiado familiar que se tornaba en dolor. La ansiedad y el desconcierto que experimentaba ante la misma invadían sus pensamientos, como si de un veneno emocional se tratase, haciéndola más vulnerable aún ante nuevas vivencias, aunque éstas fueran positivas, boicoteando así cualquier posibilidad de libertad.
Debía despertar, levantarse, mirarse al espejo, reconocerse, aceptarse, no sentirse indiferente, confiar en sí misma, aprender a gustarse e incluso elogiarse. No sería fácil, aunque sí necesario, salir del caparazón que la recubría. Era pues determinante exfoliar esa piel que la habitaba, nutrida por tanto desamor, indiferencia y menosprecio, recibidos y depositados a modo de estratos sedimentados sobre la misma.
Reconstruiría un “yo” desconocido que con toda probabilidad no existía, el “yo” mujer que indudablemente podía suscitar sentimientos dulces, una mujer que al saberse libre no haría sino dejarse llevar por su renovada y, hasta ahora, encubierta consciencia que desde ese momento erigiría su vida, sin permitir que nuevos agentes contaminantes inocularan su mente.

Caminaría con decisión el trecho restante con pequeños pero firmes pasos, aceptando la posibilidad de equivocarse al escoger la dirección del camino y asumiendo cada error, así como su propia responsabilidad del mismo, para crecer y desarrollarse personalmente hasta llegar a ser la mejor versión de sí misma.
Sólo entonces se sentiría plena y dichosa. Sólo entonces podría amar y ser amada. Sólo entonces podría entregarse al calor de otro cuerpo. Sólo entonces se sabría especial para otro corazón, preparada para rendirse a sus sentimientos libre e incondicionalmente, aceptando sin remilgos los mimos y alabanzas que le profesaran porque ya no se cuestionaría el hecho de merecerlos o no; ahora sí confiaría en la veracidad y sinceridad de tales dedicatorias que, natural y paulatinamente, incorporaría a su ya ”curado” auto concepto.
Únicamente siendo consciente de lo que podía dar, aceptaría todo aquello que  debía recibir. Mas no sería fácil admitir afecto y devoción sin albergar la más mínima duda de franqueza de los mismos, al menos hasta haber cicatrizado cada una de sus heridas, lo cual sería un proceso arduo y lento para el que precisaría de un apoyo emocional e incondicional de inmensurable valor. Así, cada vez que flaqueara en el intento de superar lo acontecido, contaría con la solidez de una personalidad que, altruistamente, estaría ahí para apuntalar su mermada resistencia.
Cuan necesario era desterrar todas aquellas innumerables y amargas vivencias al lugar más recóndito e insignificante de su memoria, porque no merecían más protagonismo del ya recibido y, no sería hasta entonces  cuando se descubriría, conocería su interior, apreciaría una mujer rica en serenidad, amantísima de esas pequeñas atenciones cotidianas que enaltecen el alma humana y no menos generosa en su corazón.

Finalmente, alcanzaría la paz interior que tanto precisaba, la misma que alimentaría su mente y, desde ese preciso momento, vestiría una sonrisa alegre que ya no recordaba y que hallaría en la profundidad de su persona..
Ahora, aunque anhelaba a aquella joven humilde, extrovertida y defensora de causas justas, se alegraba de conocer a la mujer tímida y valiente que resurgió tras disiparse la sombra del sol.

                                                          La Crisálida.


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