25 de noviembre: cuando una sola vida ya es demasiado
Cada 25 de noviembre se celebra el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer y volvemos a poner el foco en una herida que no deja de sangrar.
Una que atraviesa países, clases sociales, edades, profesiones y realidades.
Una que se cuela en las casas, en las calles, en las parejas, en los silencios y en los miedos cotidianos.
Una que se sigue llamando, con demasiada normalidad, violencia de género.
Pero la violencia contra la mujer no empieza en el golpe.
Empieza mucho antes.
En una palabra que humilla.
En un control disfrazado de amor.
En un “¿dónde estabas?”.
En un teléfono revisado.
En un “sin mí, no eres nada”.
En una mirada que te hace hace pequeña.
En esa costumbre social de pedir a las mujeres que cedan, que callen, que no molesten, que aguanten.
La violencia no cae del cielo: se construye en lo cotidiano.
Por eso este día no es solo una fecha.
Es un recordatorio.
Un recordatorio de que todavía vivimos en un mundo donde muchas mujeres sobreviven en silencio.
Donde aún cuesta nombrar lo que duele.
Donde la culpa sigue estando mal colocada: en quien sufre, en lugar de en quien ejerce el daño.
Donde demasiadas veces la sociedad juzga más a la mujer que intenta salir que al hombre que la rompe.
Hoy es un día para recordar lo obvio: ninguna mujer merece vivir con miedo.
Ninguna mujer merece justificar, explicar, o disfrazar la violencia.
Ninguna mujer tiene la obligación de ser fuerte: tiene derecho a estar a salvo.
La violencia de género no es un asunto privado.
No es un conflicto de pareja.
No es “algo que se arregla en casa”.
Es una vulneración profunda de los derechos humanos.
Es una estructura que sostiene desigualdades, silencios y normalizaciones peligrosas.
Y cuando una mujer pide ayuda, no está exagerando.
Está intentando sobrevivir.
Este 25 de noviembre no debería quedarse en un gesto simbólico.
Es una invitación a mirar de frente: a educar en igualdad, a revisar nuestras palabras,
a dejar de justificar el machismo cotidiano, a creer a las mujeres, a acompañar sin juicio,
a preguntar de verdad cómo está esa amiga que cambió de repente, a ofrecer un espacio seguro,
a apoyar, a escuchar, a estar.
Y, sobre todo, a no olvidar que la violencia no siempre grita.
A veces susurra.
A veces se disfraza.
A veces pide ayuda entre líneas.
Que este día no sea solo un día, sino un compromiso.
Un compromiso con todas las que están, con todas las que ya no, con todas las que todavía no pueden hablar.
La violencia se sostiene en el silencio, sí…pero también se rompe cuando una mujer encuentra una mano que no la suelta y la acompaña. Y cuando descubre, quizá por primera vez, que merece una vida sin miedo, sin culpa y sin dolor.
Porque ninguna mujer sana en soledad forzada.
Sana cuando el miedo encuentra refugio, cuando la palabra encuentra escucha, y cuando el cuerpo por fin puede descansar.
Y recuerda esto, que quiero que te acompañe hoy y siempre:
No es tu culpa.
No es tu carga.
No es tu destino.
La violencia no es amor.
Y tu vida vale demasiado como para vivirla escondida.
Se puede salir.
Se puede sanar.
Y no estás sola.
Ninguna violencia merece vivir un día más en la sombra.
Callar protege al agresor. Hablar protege la vida.
No lo olvidemos.


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